PAULA NAVARRO Y LA COMPOSICIÓN EN EL STREETPHOTO
Según algunos, cuando uno se hace visible, la ciudad se hace visible. Según otros, el retratista debe estar presente, no debe estar invisible ni agazapado a la hora de registrar. De cualquier manera, la presencia del fotógrafo debe ser amistosa, uno más confundido en el devenir urbano. Pero uno al que la realidad no se le pasa de largo. Eso es todo el tema: ve la realidad, no se le pasa de largo, enfatizo. El o ella pueden verla, están en un estado (no impostado, amistoso) que permite detenerse y observar los personajes y la realidad que, observada de cerca, se torna mágica. La vida de improviso, decía Vertov, la espontaneidad de la calle. La extrañeza de lo cotidiano y la investigación de la mirada: creo que donde más se logra es la serie de Cartagena. Cartagena, Valparaíso son ciudades fotogénicas. La serie de Santiago es hermosa, las composiciones, la lectura que ella hace de los rostros. Pero podría ser cualquier ciudad grande. Por eso lo que yo más extrañe en esta obra es un retrato de Curacaví, que imagino más difícil de retratar. ¿O uno no ve lo que tiene demasiado cerca?
El Streetphoto tiene ruido en la composición, porque la realidad lo tiene. Pedir limpieza de composición en estas fotos sería un error, pero la fotografía, la redacción y en general el arte está lleno de gendarmes de la limpieza y con un amor al orden del reglazo heredado del tiempo de los uniformes. Lo protagónico son los gestos y rostros
Una de los matices o riesgos del streetphoto –o fotografía callejera- es que es el antónimo de foto de turista, su enemiga. El término streetphoto nos recuerda el nivel de paranoioa con la fotografía luego del evento de las torres gemelas. Entonces el cineasta Jem Cohen sacaba fotos: por un lado la municipalidad de Nueva York cobraba, es una locación cara; y por otro, andaba todo el mundo paranoico confundiendo las cámaras con fusiles. Hacer fotografía de calle es político, entonces, por varios motivos: el fotógrafo le da carta de ciudadanía a las cosas, como los poetas, las cosas existen sólo porque alguien las retrató o escribió: Cartagena por ejemplo, se nota que ella estuvo con la gente, que se fue en la volada, no es cacería, no es fotografía al paso, acá se nota que la poeta o retratista no se robó la fotografía, no fue el acto parasitario de agazaparse y agarrar el momento sino que se nota lo principal de todo arte: la amistad. O sea, en la serie de Cartagena uno puede ver que la poeta conversó con la gente, que se comió una sopaipilla o el churro o se fumó un cigarrillo con ellos, no les robó la foto. Ella andaba en poeta, con la cámara como un collar, sin intimidar con el aparato, una cámara amistosa. La cosa es entonces dar yarjeta verde, carta de ciudadanía, patente de existencia a lo que no lo tiene, eso es político. Y yo extrañé que no retratara Curacaví.
Ahora bien, cómo mira una mujer?. Me pregunto si hay una especificidad en la mirada femenina que la distingue de la masculina. Se habla mucho del tema y se trata de inventar una mirada femenina de trinchera. Pero toda mirada es femenina. Toda fotografía es femenina si el ojo se deja serenamente permear, invadir y seducir por lo que ve. Se deja penetrar por la realidad, por la acariciante camanchaca del tiempo que camina como un gato. Porque el ojo es necesariamente receptivo, porque el ojo no impone ni coloniza sino que se deja poseer por lo que ve. Ese es el brillo. La pregunta es entonces si hay una óptica particular por ser mujer?. Yo creo que no y creo que la fotografía –la poesía, el cine, el retrato- es femenina como género. Quizás la extrañeza ante el mundo sea la de Alicia, la que tiene todo poeta, la que tiene todo niño: todo es nuevo, fascinante, todo, es en definitiva, fotografiable. Especialmente los rostros de los que realizan los trabajos que están fuera de los grandes negocios y que han sido filmados y retratados por la publicidad, el marketing y el capital.